30
de enero de 2013 Santiago de Chile.
Desde este lado del
océano, en una casa vieja y colorida, comparto mesa redonda con la compañera,
que prepara minuciosamente alfajores rellenos de dulce de leche y recubiertos
de chocolate. Entre estos aromas me
pierdo y entonces evoco la infancia calleprinera, las tardes de chocolate
caliente y pan torrao que me hacía mi chacha, las migas con chocolate que mi
abuela, siempre después de haber hecho el mérito para merecerlas, me daba y al
último desayuno que compartí con mi
madre antes de la partida.
Se hace angosto el
camino, cuando realmente uno camina, no por el sendero en sí, si no por la apuesta, que se hace para seguir
caminando. Porque este es el momento de mí tiempo. La hora de “desempolvar los
sueños”, como dice Dafne y echarle “un par a la vida”, como la maga cara de
Luna me susurra desde la ventana, cuando mis noches no tienen madrugada. Aun
así se hace difícil perder de vista todo lo conocido en muchos kilómetros a la
redonda y aceptar la desafiante distancia, que se interponen entre los cuerpos
que ya no se tocan
El hecho de que los que
esperan , sienten que es mi deseo, y me abrazan desde la pantalla mostrándome
su respeto más sincero y su dolor porque saben que se que siento la añoranza
igual que ellos. Pero nuestros lazos se estrechan ahora más que cuando los
dejé. Les siento más cerca que cuando les veía cada día. Pero en algunos
momentos, desearía que todos los días fuesen domingo para juntarnos en la mesa
a disfrutar de los grandes manjares de mi casa y después ver pasar la tarde junto a la lumbre que permanece
encendida dentro de mi pecho.
Conseguir, hacer,
crecer, vibrar, sonreír, llorar, no esperar, no juzgar…vienen a ser las claves
para sobrevivir en este paisaje azulgris, que cada mañana me ofrece el cielo de
Santiago. Un paisaje de dictadura y revolución, de victores y pinochos, de
violetas y murales. Un paisaje repleto de sentimientos encontrados que no paran
de encontrarse, en cada pared que tímidamente asoma por la esquina, en cada
guitarra que suena y en cada poema que un señor llamado Pablo escribiera. Se me ocurre entonces pensar, que la historia
es lo único que pertenece al hombre y es importante que de vez en cuando la tenga
presente. Pues sin ella, no seríamos más que piel y huesos. No nos podríamos haber configurado tal y como
somos ahora, pues cada uno de nosotros maneja su guion según se desarrolle su
historia.
Por cierto los alfajores
estaban deliciosos.
Desde este lado del
océano.
M.Dato.C
¡QUÉ BONICO NENA! TE QUIERO. MUCHOS BESOS.
ResponderEliminarGracias ta chen, me alegro de que te guste. Un abrazo muy grande,ah¡¡¡ yo también te quiero mucho
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